Mt 10, 17-22: En una noche oscura veo los cielos abiertos

Lectio “Palabra vivificante”. P. Fidel Oñoro cjm

Mateo 10, 17-22: En una noche oscura veo los cielos abiertos

Ayer celebramos la vida, hoy nos colocamos ante el misterio de la muerte.

Sin embargo no hay contradicción, la celebración del primer mártir de la Iglesia, el diácono Esteban, nos ayuda también a la vivencia profunda del misterio de la navidad permitiéndonos captar lo implica el hecho de que Dios haya descendido a la tierra asumiendo nuestra condición humana.

La santa carmelita Edith Stein, en una ocasión se preguntaba por la relación entre estos dos acontecimientos, escribía:

“Pero el cielo y la tierra todavía no han llegado a ser una sola cosa. La estrella de Belén es una estrella que continúa brillando también hoy en una noche oscura. Ya al día siguiente de la navidad, la Iglesia deja de lado los ornamentos blancos de la fiesta y se reviste con el color sangre: Esteban, el protomártir, que fue el primero en seguir a Jesús en la muerte, es un auténtico seguidor que rodea al niño en el pesebre”.

1. Esteban, el que contempla la gran novedad de los cielos abiertos

Esteban no tiene nada de héroe, sino todos los rasgos del verdadero discípulo escritos en su propia biografía.

Discípulo es todo aquel que con relato de su propia vida, no con definiciones que se quedan en la boda, narra lo que ha significado para él la aventura de haber encontrado a Jesús el Salvador, Mesías y Señor, y darle cabida como el centro y razón de su vida.

El libro de los Hechos de los Apóstoles (7,54-60) cuenta que en el momento de su muerte Esteban vio los cielos abiertos:
“Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios, y dijo: — Mirad, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios” (Hch 7,5-56).

“Contemplo los cielos abiertos…”. Esteban tuvo la gracia de encontrar al Dios de los cielos abiertos. “Si tú rasgases los cielos y bajases…” (Isaías 64,1), así había orado Israel cuando padecía en su piel la experiencia de un cielo cerrado. Así lo habíamos recodado en el tiempo del Adviento, cuando suplicamos que bajar el Señor como rocío fecundante a nuestra tierra estéril.

Quienes decretan la muerte del Esteban no han entendido la venida de Dios, no le dan cabida a la novedad de Dios en sus rígidos esquemas religiosos. La navidad narra precisamente que a Dios no se le puede encerrar en un esquema, nos perderíamos de encontrarlo en un pesebre, no lo veríamos presente tampoco en ese pedazo de pan que nos será dado.

Los cielos se habían abierto primero en la noche de navidad en el campo de los pastores y no en el espacio sagrado del Templo de Jerusalén.

Y, ¡ay de quien quiera dejarlo guardado en una tumba! No lo contemplará resucitado a la derecha de Dios, como lo vio Esteban. A este Jesús a quién contempla como el viviente a quien puede dirigirse en presente: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hch 7,59).

Señal evidente de que la vida de Jesús está escrita en lo más profundo de su ser, es que Esteban muere perdonando a sus enemigos, tal como Jesús:
“Puesto de rodillas clamó con fuerte voz: — Señor, no les tengas en cuenta este pecado. Y con estas palabras murió” (Hch 7.60).

Con este gesto de perdón él también le abre el cielo a los asesinos que con esta acción macabra lo habrían perdido. Ese pecado no les será imputado.

2. Y nosotros, ¿cómo podemos dar testimonio de nuestro encuentro conJesús?

Si a nosotros no se nos ha pedido derramar la sangre por Cristo, ciertamente se nos pide vivir, con convicción y alegría, tal como él nos enseñó.

Del discurso de Jesús sobre la misión, en el Evangelio de Mateo, escuchamos hoy la parte quizás más dura: el misionero experimenta persecución “por causa” de Jesús. Y precisamente cuando más se sufre es cuando Jesús más llama para dar testimonio.

Los espacios donde los cristianos deben dar testimonio son los siguientes:

Uno, la propia familia: allí “entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo”.

Dos, el mundo de la política: “seréis llevados ante gobernadores y reyes”.

Tres, ante los no creyentes: “ante los gentiles”.

Cuatro, ante todo el mundo: “seréis odiados de todos por causa de mi nombre”.

En este contexto oscuro, la manera de dar el luminoso testimonio es ésta que enseña Jesús:

Primero: “No os preocupéis de cómo o qué vais a hablar”

No preocuparse excesivamente, es decir, mantener la paz en medio de los conflictos:
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Segundo: “No seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros”

Vivir en tal sintonía con el Señor que incluso a través las palabras, se transparenta el Espíritu Santo.

Tercero: “El que persevere hasta el fin, ése se salvará”

La fidelidad, a toda prueba, a la persona de Jesús, no importa cuántos problemas se puedan tener por vivir como discípulo suyo.

Jesús denomina a la persecución de sus discípulos “la entrega”. Es el mismo término que se utiliza para la pasión del Señor. Por lo tanto, se trata de una fuerte experiencia de comunión con Jesús compartiendo su cruz.

En este día, desde su pesebre, el divino Niño ya nos señala su Cruz.

Así lo veía Santa Edith Stein:

“El mejor modo de emplear la vida es sacrificarla por el Señor de la vida.

Él es el Rey de reyes y el Señor de la vida y de la muerte.

Él pronuncia su “sígueme”, y quien no está con él está contra él.

Él lo pronuncia también por nosotros y nos pone frente a la decisión de escoger entre la luz y las tinieblas”.

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