Mc 8,14-21: Un camino para entender a Jesús

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm

Mc 8,14-21: Un camino para entender a Jesús

Estamos ante una página de advertencias y preguntas que da un nuevo impulso al camino del discipulado.

Después de rechazar con firmeza la petición de un milagro por parte de los fariseos, Jesús se dirige nuevamente a la otra orilla con sus discípulos. Entretanto una nueva discusión explota durante la travesía.

Fijémonos en la pedagogía de Jesús con sus discípulos. Veamos primero la advertencia y luego las preguntas.

1. La advertencia: ‘Abran los ojos… Cuídense de…’

Mientras van en la barca, Jesús retoma lo que acababa de pasar en el orilla con los fariseos y les advierte a sus discípulos: ‘Abran los ojos y cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes’ (8,15).

Ni fariseos ni herodianos son personajes extraños para los discípulos. Herodes entró en escena cuando la muerte de Juan Bautista (6,14-29) y los fariseos lo hicieron poco después con la discusión sobre la limpieza de los platos y las manos (7,1-23).

En este evangelio, Herodes representa la persona que razona con la mente del opresor y del dominador. Cómo alguien interesado en conservar su poder con base en su propia imagen.

Los fariseos, por su parte, representan el tipo de persona que razona según las categorías exclusivistas de separación sugeridas por las normas de la tradición, según las cuales había que tomar distancia de los paganos considerados impuros.

En ambos casos tenemos gestos de predominio y de separación que reflejan un intento de supremacía sobre los demás.

La levadura a la que se refiere Jesús, entonces, es una metáfora de esos criterios con los cuales se amasa y da forma a un estilo de vida.

Lo propio de la levadura es dar fermentación a la masa. Por tanto, es posible que la comparación esté aludiendo a la corrupción que era propia del mundo político de aquella época, algo que amenazaba con perjudicar el conjunto del tejido social y las convicciones que regían el comportamiento de la gente.

El gran problema de la corrupción es que puede terminar asimilándose como un asunto cultural y que se considere ‘normal’.

Y esto que Jesús estaba diciendo era punzante, fuertemente crítico.

Pero los discípulos captan el mensaje, tenían la mente en otro tema.

2. El distanciamiento entre los discípulos y Jesús

El narrador hace ver la gran distancia en la que se encuentran los discípulos del Maestro.

Por una parte, los discípulos pelean entre sí porque no hay sino un solo pan para todos, que obviamente no va a alcanzar.

No se dan cuenta de la ironía: un sólo pan… pero tienen a Jesús.

Por otro lado esta Jesús, quien ha sido el dador del pan en dos multiplicaciones de panes y allí les mostró la nueva lógica del Reino: su pan alcanzó para todos y sobró, no dependió de la cantidad que tenían inicialmente.

Luego su pan fue para todos sin excepción, como pasó en la escena de la sirofenicia, donde el pan de la mesa no sólo fue para los hijos sino para los niños, o sea, para todos.

Fue así como Jesús superó la lógica dominadora de Herodes y la exclusivista de los fariseos (en Mt y en Lc esta levadura es la hipocresía y la vanidad).

¡Esto es puro Reino de Dios!

Pero los discípulos no están ni por ahí. La pelea entre ellos es señal de cuánto la levadura de los fariseos y de Herodes se les está metiendo.

Como con la levadura, basta un poquito para fermentar todo un pan. Igualmente también basta un poquito para intoxicar nuestra vida espiritual.

Una levadura así no tiene nada que ver con fecundidad, sino con podredumbre, con todas las tendencias negativas ya señaladas en el capítulo anterior (Mc 7,21-22).

3. Siete preguntas a ver si reaccionas

Con una cascada de siete preguntas Jesús saca a flote una realidad dolorosa: los discípulos tienen las entendederas ‘tapadas’. ¿Si son ‘discípulos’, entonces qué es lo es que están aprendiendo?

Aquí tenemos siete de las casi sesenta preguntas que aparecen en todo el evangelio de Marcos.

Todo parecía muy claro, ¿no es verdad? Sin embargo, los discípulos no entendían nada. Eran lentos para entender. Una cosa es enseñar y otra aprender, no por el hecho de que se haya dado una enseñanza se puede hablar de aprendizaje. Jesús no sólo enseña, también ayuda a aprender.

Jesús avanza con una confrontación muy dura en la que hace un retrato realista de los discípulos.

Para ello trae a colación una realidad que había aparecido antes en la parábola del sembrador: teniendo ojos no ven y teniendo oídos no oyen (4,11-12). En aquella ocasión los que no veían ni oían eran ‘los que fuera’. Se suponía que los discípulos eran ‘los de dentro’, los que entraban en el Reino de Dios acogiendo la novedad del Evangelio.

Lo duro es que Jesús les aplica ahora a sus discípulos la imagen del ‘estar fuera’. Los que son depositarios de los misterios del Reino, los Doce apóstoles, curiosamente son retratados como los que no lo entienden ni lo viven.

Pero Jesús no afirma, se limita a preguntar con insistencia.

No es una acusación, es una confrontación evaluativa.

El trasfondo bíblico del no ver ni oír, esta vez no se basa tanto en Is 6,9 (citado en Mc 4,11-12), sino en Dt 29,2-4, que es más suave: Moisés le dice a los israelitas que han visto grandes señales divinas en el camino del éxodo ‘Pero hasta el día de hoy no os ha dado Yahvé corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír’. Esta cita deja entender que llegará un día en que estas limitaciones serán superadas.

La ceguera y la sordera curadas son signos de esperanza. Fue lo que Jesús hizo con el sordomudo y lo que hará en breve con el ciego de Betsaida.

Con la serie de preguntas, además de llamarles la atención sobre su incapacidad para comprender, Jesús lleva a los discípulos a recordar lo que pasó en las multiplicaciones de los panes, cuando sobraron doce canastas en la primera (8,19) y siete en la segunda (8,20).

¡Acuérdense!, les dice Jesús.

En sus corazones se deja ver una falta de confianza que proviene de una falta de memoria. Parecen más preocupados por llenar la barriga que por apreciar el sentido de las cosas.

Llegados a este punto entendemos que el problema no fue que se les olvidó el pan sino que se les dañó el corazón.

La didáctica de Jesús para corregir es la pregunta.

¿Por qué?

Porque las preguntas revelan la profundidad de la existencia, sacan a la luz las dudas y las aspiraciones ocultas.

Jesús no quiere discípulos que se contentan con respuestas fáciles, sino con gente que aprenda a dejase cuestionar.

Las respuestas fáciles te dan seguridad, te llevan a puerto seguro. En cambio, las preguntas asustan, pero son necesarias. Sacarle el cuerpo a las preguntas es huir de la vida.

Pues bien…

‘¿Por qué comentan que no tienen panes?
‘¿Todavía no entienden ni comprenden?
¿Tienen endurecido el corazón?
¿Tienen ojos, pero no ven?
¿Tienen oídos pero no escuchan?
¿No se acuerdan?
¿Todavía no comprenden?’
(8,17-21)

Jesús aspira a que a sus discipulos se les abra la entendedera. Jesús interpela el corazón, los ojos, los oídos y la memoria de sus discípulos.

Son los sentidos relacionados con los aprendizajes vitales.

No basta estar en la misma barca con Jesús para estar seguros de que sabemos con quien estamos tratando.

Podríamos andar al lado de Jesús todo el tiempo sin estar en sintonía de vida, de mente y de corazón con él.

De nada sirve pensar en Jesús, si la memoria no lleva consigo la captación del misterio.

¡Atención! La última pregunta (8,21) vuelve a la manera como comenzó (8,17): ‘¿Es que todavía no entienden?

Pero esto queda sin respuesta.

¿Qué va a pasar, entonces, con los discípulos? Por ahora es difícil decirlo, pero el episodio que sigue nos dará una luz sobre la respuesta.

Hay que tener presente que estamos ante una buena noticia. No todo es regaño.

Jesús está ayudando a despertar lo que es decisivo en cualquier aprendizaje: aprender a oír y ver.

Del tercer cántico del siervo proviene una frase que podría ser la oración de la mañana: ‘El Señor cada mañana despierta mi oído para escuchar como los discípulos’ (Is 50,4). ¡Despierta, Señor, mi oído!

Despierta mi escucha atenta y mi visión aguda.

Estamos ante la sensibilidad que hace al poeta. Decía R. M. Rilke ‘Yo aprendo a ver’.

La de los ojos es una escuela preciosa, la más preciosa. Según tú sepas ver, cambia la vida. Según aquello en lo que tú decidas apoyarte escoges de qué alimentarte.

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